Sentado en una plaza de un lejano villorrio, un Papá Noël criollo se rodea de pequeños que le piden con ansias regalos para la navidad que, por Dios, está a sólo tres días. Pero resulta que la mente del Pascuero está bastante lejos de allí.

Porque, claro. A qué desquiciado se le ocurrió inventar la Navidad en diciembre. Por último fuera en agosto, para que dé gusto estar con dieciocho kilos de ropa americana encima. Como ellos no se asan para poder comprarle la famosa bicicleta al pendejo sonriente que está en la casa tomando sopa y jugando en el barro con los perros callejeros. Mientras la niñita bien que termina de adormecerle el muslo le pide un Play Station 3, imagina el Viejito la cara de doctor de su padre, preguntándole con su mejor sonrisa de doctor a su hija qué quiere para las fiestas. Y parten en su auto de doctor al mall, para hacer joder la CMR de doctor. Total, a fin de mes a él no le duele. "Oye, Isidora", dijo él, "tómate una pólaroid conmigo y ten un recuerdo por toda tu vida". Así gana mil pesos. Así el esfuerzo y la humedad de sus axilas cobra sentido.

Más encima el imbécil de Santa Claus tenía que vivir en el Polo Norte, o en Noruega, como escuchó el otro día en la tele. Por qué el amargado ese no podía vivir en Buzios, vestir sudadera y hawaianas, y trabajar con garotas. Más encima, explota todo el año a los pobres enanos que no tienen sindicato: a algunos en el taller, fabricando trencitos de madera que al final nunca aparecen bajo el árbol; y a otros en las minas de carbón, para premiar a quienes han sido un dolor de cabeza para padres, profesores y psiquiatras. ¿Y Noruega produce carbón? No, que el viejito sepa, porque no es un experto en estadísticas económicas de Escandinavia. Obvio, si llegó hasta sexto básico. Y por eso sus meniscos tienen que andar aguantando el peso del cabrerío malcriado, bajo los 33 grados que tiene la agradable urbe de San Felipe. ¡Quién conoce San Felipe! Si con suerte aparece en Google Earth.

Además como en Chile somos tan originales, comemos pan de pascua y tomamos "cola de mono" en la época más calurosa del año. Por lo menos, el Pascuero tiene a quién echarle la culpa de los veinticuatro kilos de sobrepeso que soporta los siguientes once meses. Luego, vuelta a empezar. Vuelta a ver la plaza de Armas con tantas luces que parece burdel de mala muerte, y con tanta gente que parece un albergue para los damnificados por el calor. Por lo menos la plaza es fresquita y venden helados de agua a $100. Eso es "lo bonito, lo importante". Afortunadamente/lamentablemente, al veterano navideño le queda poco trabajo: difícil mantener la ilusión de prepúberes que están pololeando en segundo básico. Por lo menos así va a poder jubilar, aunque con todo el sueldo de su vida, su pensión aún no pasa de "una mierda". Veremos. Perdón lo mala onda.

Feliz Navidad para todos.